Saturday, December 4, 2010

4 de Diciembre - Santa Bárbara

Iglesia de Santa Bárbara
Párraga, La Habana, Cuba

El 4 de diciembre en el Calendario USA

4 de diciembre de 1786: El padre Fermín Lasuen fundó la misión de Santa Bárbara, en la actual Ciudad de Santa Bárbara, California

4 de diciembre de 1674: El sacerdote francés Jacques Marquette construyó una misión que fue el principio de lo que en el presente es Chicago, Illinois.

4 de diciembre de 1925: Se estableció el Condado de Gilchrist en el Estado de Florida. Su nombre honra a Albert Waller Gilchrist, gobernador (1909-1913) del Estado de Florida. La sede de gobierno de este condado es Trenton.

Altar de la Iglesia de Santa Bárbara
Párraga, La Habana, Cuba

El 4 de diciembre en el Calendario Cubano

Almanaques cubanos de 1921 y 1946 indican que el 4 de diciembre se celebró el día de: San Osmundo, obispo y confesor, y Santa Bárbara, patrona de los Artilleros.

Santa Bárbara

Francisco Estrampes Gómez nació en Matanzas el 4 de diciembre de 1827. Al fracasar el movimiento de Vuelta Abajo se expatrió a los Estados Unidos y en Nueva Orleáns continuó en sus conspiraciones contra España hasta el logro de su expedición (conocida por su propio apellido) de 24 de octubre de 1854 en Baracoa (el paquebote se llamaba John G. White) en la cual traía parque que logró desembarcar y ocultar con suma facilidad, pero que descubierto al azar pocos días después motivó su detención y la de sus compañeros. Fue condenado a muerte y ejecutado el 31 de marzo de 1855 en la plazuela de La Punta, diez días después que Ramón Pintó. Contaba 29 años de edad. En capilla escribió un soneto, en el cual confiesa su amor a la patria con acento viril y del cual son los dos versos siguientes: “Aquí tenéis, verdugos, mi garganta, - De Cuba un mártir más cuenta la historia...

Santa Bárbara
Guanabacoa, Cuba

4 de diciembre de 1896: El Paso de Mariel - En “Un Día Como Hoy” por Emeterio S. Santovenia editado por Editorial Trópico, 1946, La Habana, Cuba, páginas 683-684 nos describe los acontecimientos del 4 de diciembre de 1896 en la Historia de Cuba:

“En la noche del 3 de diciembre de 1896 Antonio Maceo quedó informado de la manera de hacer el paso por el mar entre Pinar del Río y La Habana. Aceptó realizarlo en un bote tripulado por Carlos Soto, Gerardo Llaneras y Eduardo Concepción, quienes cubrían el servicio de correos de la Revolución a través de aguas de Mariel. Un temporal de pertinaz lluvia y fuerte aire imposibilitó consumar el proyecto la propia noche del 3. El día 4, sobre todo en su segunda mitad, fue empleado en organizar la expedición. Los momentos empleados en los preparativos de la expedición fueron de zozobra y consternación. Maceo escogió a los que debían formar su séquito en la jornada de la noche que se aproximaba: el general José Miró Argenter, el brigadier Pedro Díaz, los coroneles Alberto Nodarse y Charles Gordon, los tenientes coroneles Manuel Piedra y Alfredo Jústiz, los capitanes Nicolás Souvanell, Ramón Peñalver y Ramón Ahumada, los tenientes Francisco Gómez Toro y José Urbina, el médico Máximo Zertucha, los asistentes Benito y Ricardo Hechavarría, Juan Pérez, José Delgado y Andrés Cuervo y los tripulantes Soto, Llaneras y Concepción. La travesía de la Caleta de la Caña a Los Mosquitos, fuera de la bahía de Mariel, resultó imposible al ser intentada: la lluvia y el aire continuaban mostrándose inclementes. Entonces el humilde piloto insurrecto indicó que por la boca de Mariel podía llevarse a cabo el empeño sin los peligros del agitado mar, pero desafiando la vigilancia de la ronda, las trincheras enemigas y los dos cañoneros surtos en el puerto. A Maceo sedujo el viaje por la nueva ruta señalada, y la aceptó. A las once de la noche del 4 de diciembre de 1896 el bote insurrecto fue conducido en hombros de la Caleta de la Caña a La Aguada, a menos de cien metros del reducto levantado dentro de Mariel. No mucho más que doble era la distancia entre el Lazareto y el lugar adonde llegaron el Lugarteniente y su séquito como en entierro misterioso. De la exploración de la playa de La Aguada sólo se derivó la certeza del peligro conocido, La barca de la fortuna fue puesta en condiciones de navegar. Embarcaron Maceo, cuatro de sus acompañantes, José Miró, Pedro Díaz, Francisco Gómez Toro y Máximo Zertucha, y los tres tripulantes. Llaneras y Concepción remaban en tanto Soto achicaba con una jícara de güira el agua que de continuo inundaba la embarcación. Surcaron la bahía en dirección al muelle de Gerardo Llaneras, en las inmediaciones de El Torreón, custodiado por trescientos españoles, y a setenta metros de una avanzada de aquella antigua fortaleza. A las doce menos cuarto de la noche desembarcó el General. Fue introducido en la casa de Valentín Brito, frente al muelle. A su lado quedó Carlos Soto. Siguieron inmediatamente cuatro expediciones, dirigidas por Gerardo Llaneras, dos desembarcadas en su muelle y las otras dos en el de José González, "un español amante de Cuba y de la libertad". A las tres de la mañana terminó la insólita aventura. ¡El sueño del héroe estaba cumplido! Maceo dijo: “-¡Silencio, y en marcha!”...

Altar de Santa Bárbara
Párraga, La Habana, Cuba

4 de diciembre de 1895: La Invasión Libertadora en Las Villas: Avanza de La Campana (distrito de Sancti Spíritus) a Ciego Potrero (Sancti Spíritus), en total 1 1/2 leguas recorridas.

La Invasión Libertadora del 4 al 9 de diciembre por José Miró Argenter.

“Después que la Sanidad hubo desempeñado su noble misión, y de haberse dispuesto el traslado de los heridos a sitio seguro, con lo cual dieron comienzo las durezas de la guerra (las despedidas entre amigos y camaradas, entre los que quedaban al borde de la tumba y los que iban a desafiar la muerte), levantamos las tiendas para seguir la marcha por el territorio de Sancti Spíritus, todo él montuoso, como la mayor parte de Las Villas, pero feraz y pintoresco, y muy abastecido de ganado. Grandes manadas de reses pacían tranquilamente junto al camino real, o sesteaban al pie de umbroso follaje, en fraternal sociedad con los potros y mulos cerriles, que miraban estupefactos las largas hileras de sus semejantes marchando a paso ordenado, oprimidos por los jinetes, o huían a campo traviesa como presintiendo la suerte que les aguardaba al echarles los flanqueadores el dogal para que entraran en quinta; todo aquello sería presa de la guerra devastadora. Dos años después no quedaría un solo rumiante de tantos miles como allí pastaban, ni un solo caballo, ni una sola cría, ¡ni vestigios siquiera de tanta abundancia y fecundidad! ¡Todo estaría devorado! Unicamente la tierra generosa seguiría produciendo con igual esplendidez y vigor, insensible a las perturbaciones de las luchas humanas. Los que no conocíamos la comarca villareña, forjándonos acerca de su estructura una imagen completamente distinta de la realidad, experimentamos una impresión desagradable al vernos caminantes por un país rodeado de lomas, altas y peñascosas unas, escalonadas otras y cubiertas de vegetación, y más allá, picos sobresalientes cortando el espacio, en el fondo del luminoso horizonte. El sol nacía y se ponía alumbrando un paisaje siempre agreste. Para los orientales, que esperaban ver cosas nuevas, el encanto desapareció totalmente en presencia de aquel panorama montañoso, que parecía calcado en las tierras de Cambute. Así, andando por cuestas y pendientes, y vivaqueando al amor de las fogatas, pues el frío era intensísimo, se cruzó la vasta región de Sancti Spíritus y parte de la de Remedios, en cuatro jornadas. El día 7 vadeamos el Zaza caudaloso, que nos recordó el Cauto de la leyenda oriental, ¡nunca dormido!; sus márgenes se hallaban vigiladas por pequeños destacamentos cubanos de la brigada de Remedios, al mando del coronel Pedro Díaz; este jefe se incorporó a la columna invasora con dos secciones de caballería. El día 8 volvimos a penetrar en la comarca de Sancti Spíritus por sus confines occidentales; atravesamos durante la marcha, que fue de siete leguas, un terreno sumamente áspero y desierto. Más ruda y más agitada fue la excursión del día siguiente, en que nos tocó combatir en malas condiciones contra un enemigo oculto y hacer larga caminata; en las primeras horas de marcha, caminos y senderos pedregosos serpenteando la loma del Tibisial, un subidero horrible para las cabalgaduras, hasta que dimos vista al pueblo de Fomento, donde comenzó la hostilidad, a eso de las nueve, y terminó a la puesta de sol. Mas antes de narrar los episodios de esta jornada, el curso cronológico de los sucesos nos lleva a referir la despedida del gobierno, que solicitado por atenciones políticas de gran interés, regresó a Camagüey después de dos meses de activa campaña. Desde la sabana de Baraguá venía con el ejército invasor, habiendo asistido a todas las funciones de guerra realizadas durante ese período, dando con ello alto ejemplo de civismo y abnegación, más meritorio por ser espontáneo, pues muy bien pudo disculparse con las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y, sin embargo, contra la opinión del general Maceo que varias veces la expuso en razonadas comunicaciones dirigidas al Presidente de la República, quiso el gobierno compartir con las tropas los peligros de la lucha y hacer vida común con el soldado animoso, ya comiendo a deshora y acampando a la intemperie, ya afrontando los riesgos del rudo batallar (1). Ahora negocios políticos de solución apremiante y la necesidad de arbitrar fondos para la compra de armamentos en el exterior, reclamaban su presencia en la región oriental. Al acto de despedida concurrieron, además de los oficiales generales, comisiones de todos los cuerpos, y las tropas formaron en gran parada. El ciudadano Presidente Salvador Cisneros, después de dedicar algunas frases al ejército libertador por su entusiasmo y decisión en los combates, prendas seguras de mayores victorias, puso en manos del caudillo oriental una lujosa bandera, regalo de las bellas hijas del Tínima, para que ella fuese la insignia triunfal de la invasión de Occidente, "empresa heroica" cual pocas -dijo el íntegro patriota- llena de peligros y sembrada de obstáculos, pero que serán vencidos por el valor y la fe que a todos os anima, y por el poderoso brazo de vuestro ilustre caudillo, ¡de nuestro Maceo!, a quien hago donación de esta bandera para que flamee al soplo de las brisas de Levante sobre el risco más avanzado del cabo San Antonio." El viejo patriota, embargado por la emoción, no pudo terminar su arenga, pero la selló de un modo gráfico que superaba al más varonil y elocuente de los discursos: dando un abrazo al general Maceo, que quedó envuelto entre los pliegues del pabellón tricolor como un símbolo glorioso. Al separarse el gobierno del ejército invasor para regresar al departamento Oriental, en donde era más necesaria su presencia por razones de interés político y económico, tomó el acertado acuerdo de dejar en Las Villas a una personalidad de su seno, para que organizara el ramo de Hacienda en ese distrito y tuviera la representación oficial del Consejo en todos los asuntos relacionados con la política y la administración civil, designando para dicho cargo al Secretario del Interior, García Cañizares, que unía a sus dotes personales, la circunstancia de ser hijo de la región villareña, en donde gozaba de merecida reputación. Movido el gobierno por un celo digno del mayor encomio, había dictado algunas leyes de carácter general que interesaba sobremanera fuesen conocidas en todo el territorio ocupado por las armas libertadoras, a fin de establecer un régimen de gobernación, si no perfecto y durable, a causa de las vicisitudes de la lucha, el más equitativo y ventajoso para que los moradores de Cuba libre pudieran vivir garantidos dentro de la situación excepcional de la guerra y amparados por las leyes de la República. Era necesario rodear del mayor prestigio posible a la autoridad civil, darle el carácter elevado de una institución sólida y respetable, para evitar las injerencias del militarismo en los asuntos ajenos a su misión. Desgraciadamente no pudo precaverse del todo; pero justo es consignar aquí los laudables propósitos del Consejo de Gobierno para dar impulso y organización al régimen civil y ascendiente legítimo a su propia autoridad.”...

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