Sunday, September 18, 2011

18 de septiembre del 2011 - Hoy en el Calendario

Datos, efemérides y apuntes de la historia relacionados con el 18 de septiembre. Además de nuestras notas en Damisela.com y Guije.com, consultamos el Calendario USA del día de hoy para confeccionar la primera sección dedicada a los Estados Unidos de América. La segunda sección, con la ayuda de la información en Damisela.com y Guije.com, se basa en el Calendario Cubano. En algunos casos la historia de los Estados Unidos de América y Cuba es muy similar, en tales casos la presentamos donde indica ser más apropiado.

El día de hoy, 18 de septiembre en el Calendario USA

18 de septiembre de 1783 - El presidente George Washington colocó la primera piedra del Capitolio de los Estados Unidos de América en Washington D.C. El Capitolio es donde se reúne el Congreso de los Estados Unidos, integrado por el Senado y la Casa de Representantes.

La Giraldilla de La Habana

Hoy, 18 de septiembre, en el Calendario Cubano

Almanaques cubanos de 1921 y 1946 indican que el 18 de septiembre se celebró el día de: Santos José de Cupertino y Metodio, mártires y Santas Irene y Sofía, mártires.

General Ríus Rivera

18 de septiembre de 1896 - La Expedición de Rius Rivera en “Un Día Como Hoy” por Emeterio S. Santovenia editado por Editorial Trópico, 1946, La Habana, Cuba, nos describe los acontecimientos del 18 de septiembre de 1896 en la Historia de Cuba: “La ansiedad patriótica se vio calmada por el más lisonjero de los éxitos cuando, el 18 de septiembre de 1896, los expedicionarios transportados en el Three Friends se encontraron con los veteranos a las órdenes del general Antonio Maceo, en Puerta de la Güira, no lejos del cabo de San Antonio. En Remates de Guane, en medio de dilatada llanura, en el seno del primitivo cacicazgo de Guanahacabibes, entre alborozos y emociones, ocurrió el feliz encuentro. Al frente de los recién llegados a Cabo Corrientes se hallaba Juan Rius Rivera. Para el Lugarteniente General del Ejército Libertador el acontecimiento era doblemente fausto, puesto que lo ponía en posesión de cuantiosos refuerzos y le deparaba la ocasión de abrazar a un antiguo y valioso servidor de Cuba. De la importancia de aquel empeño para las filas cubanas hablaban con elocuencia los elementos que la componían. El bajel trajo un cañón neumático, novecientos fusiles, veinte rifles, una tonelada de dinamita, cien proyectiles para el cañón y cerca de medio millón de cartuchos, entre otros materiales de guerra. El barco, bajo las hábiles prevenciones del general Rius Rivera, eficazmente auxiliado por el brigadier Joaquín Castillo, fue dirigido con acierto por su capitán. De Jacksonville a la playa de María la Gorda, en las inmediaciones de Cabo Corrientes, navegó del 3 al 8 de septiembre de 1896. Entonces, sin pérdida de momento, fue cuando los destacamentos insurrectos al mando de Manuel, Ramón, José Patrocinio y Severino Lazo comenzaron a prestar su ayuda a los expedicionarios, enfrascados después, por espacio de diez días, en la tarea de encontrarse con las huestes del general Antonio Maceo.”

18 de septiembre de 1896 - La Expedición de Rius Rivera por José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo III: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, describe los acontecimientos del 18 de septiembre de 1896 en la Historia de Cuba: “Día 18.-Desde las primeras horas de la mañana se recibieron correos que anticipaban el feliz suceso, y a eso de la una de la tarde llegaron los expedicionarios, al frente de los cuales venía el general Ríus a quien Maceo estrecho calurosamente entre sus brazos y dióle el más afectuoso parabién por su arribo a la tierra de Cuba ¡después de diez y ocho años de extrañamiento, y de un mundo de sucesos inenarrables! Aquel abrazo de nuestro caudillo significaba la perduración de los afectos del alma, que resisten a la acción demoledora del tiempo y de las vicisitudes, cuando descansan sobre la base de la amistad contraída en los grandes riesgos de la vida militar. Ríus Rivera fue un oficial meritísimo en la guerra de los diez años, se distinguió por su serena intrepidez, sus hábitos ordenancistas y austeros, su carácter íntegro, y su amor al ideal patrio. Es todavía el mismo hombre, justo y honorable, de los pocos ejemplares que nos quedan de aquella generación heroica que dio esclarecidos campeones, hombres de sanos principios, que fueron apóstoles y mártires a la vez. Aunque el general Ríus nació en Puerto Rico, puede decirse que es oriundo de Cataluña, pues sus ascendientes eran del Principado catalán, del pueblo de Vendrell; allí tenían sus padres la casa solar con algunos bienes de fortuna, y él se educo en los institutos de Barcelona, en donde estudiaba la carrera de leyes al estallar la revolución de Yara. Partió para el campo de la lucha, ardiendo en deseos de combatir bajo la bandera de la libertad que enarbolo el ilustre caudillo de Faca; y por los años de 1870 hallábase el bisoño soldado en las filas de la insurreccion, para ostentar en breve, sobre su pecho valeroso, los timbres más preciados del militar. Estuvo a las órdenes de Calixto García, de Máximo Gómez y de Antonio Maceo en el palenque más disputado de la guerra y en el período más crítico de la campaña oriental. Como subalterno de García asistió a los combates de los Melones, Santa María y Chaparra, en los que prodigo el valor de su corazón; es fama que en este último hecho de armas, dio prueba patente de heroísmo al atacar con un puñado de hombres las líneas mejor defendidas del coronel Esponda, que era un león, y en aquellos momentos enfurecido, y su contrincante demostró la fiereza de otro león acometedor. Fue más tarde uno de los edecanes devotos de Maceo, y al lado de este incomparable paladín, luchando con bizarría en los grandes empeños de la infortunada campaña, ganó sus ascensos hasta obtener la graduación de coronel, cubierto el pecho de honrosas cicatrices. Maceo recibió con indecible satisfacción a su antiguo compañero y el valioso obsequio que éste le traía del exterior; pero también experimentó honda tristeza al conocer el desventurado fin de su hermano, el general José Maceo, hecho luctuoso que hasta aquellos momentos no fue confirmado plenamente. El general Ríus Rivera, al darle el pésame, por la muerte de su hermano José, puso en manos del doliente el Boletín de la guerra de quince de Julio, que insertaba el acuerdo del Consejo de Gobierno y una alocución muy sentida del general Máximo Gómez, con multitud de cartas de amigos del exterior que revelaban el profundo sentimiento que causó en todas las almas generosas la caída de aquel intrépido cubano, y el interés que les inspiraba la vida del más grande de los Maceos, cuya conservación era indispensable para la existencia y prosperidad de la república. El General devoró en silencio la terrible noticia, para aparecer indomable a la vista de los espectadores, que dominados por la pesadumbre, estaban pendientes de la acción muda, pero elocuente, del protagonista, para sostenerlo con el calor de sus corazones si daba señales de desfallecimiento. Los que sabemos cuán grande era el afecto que él sentía por su hermano José, sabemos asimismo que las fuentes del llanto corrieron en abundancia dentro del corazón. El ejército, que escuchaba conmovido la narración del triste episodio, prorrumpió en fuertes exclamaciones de dolor cuando terminó el relato oral y la lectura de las cartas de pésame, que eran en gran número; exclamaciones naturales en quienes sentían los infortunios de la patria, pues haba caído otro Maceo, y ya sólo quedaba en pie el vástago extraordinario que teníamos a la vista, recio y colosal aun, pero destinado a sucumbir aquel mismo año, si pródigo en laureles, más abundante en siemprevivas. Toda la tropa allí congregada expresó el pésame a su amado caudillo, balbuceando palabras incoherentes entre sollozos. Sólo quedó inmóvil el doliente, mas no impenetrable, porque las impresiones del alma, cuando son de naturaleza tan íntima, dejan rastro en la faz del hombre más frío y estoico. Y Maceo era de naturaleza sensible, de temperamento delicado; en su rostro, lleno de animación, aparecieron las huellas de la pesadumbre que ya no se borraron hasta el día fatal de Punta Brava. La tropa desfiló muda a recogerse en el vivac, como si un fúnebre redoble de tambor hubiese impuesto silencio.”...

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